Una colección de cuentos orientales de corta duración
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En el lejano Reino de Kariel, vive Long Ching, un anciano de frágil cuerpecillo y larga barba blanca. Sus modales serenos y su palabra siempre cuidadosa y amable, hacen de él un hombre respetado en toda la comarca.
Sobre la colina de un lejano reino se hallaba un castillo de cúpulas doradas, donde el Rey ejercía su labor y administraba la comarca. Y aunque poseía fama de justo y se le reconocía generosidad y grandeza, sin embargo, era de todos sabido que tenía un gran problema.
En un lejano reino, allí donde se cruzan los vientos del Este con los del Oeste, los del Norte con los del Sur, se hallaba una princesa locamente enamorada de un apuesto capitán de su guardia y, aunque tan sólo contaba con 18 años de edad, no tenía ningún otro deseo que casarse con él, aún a costa de lo que perdiera.
En un lejano poblado, cercano a las altas montañas, dos hermanos, Fanuel y Laureano, despedían a su anciano padre, que moría envuelto en una paz completa. A los pocos días la herencia fue dividida y nacieron dos haciendas, de lo que antes había sido una sola.
Una tarde de verano, la Belleza se paseaba por un precioso paraje en las márgenes de un río. El día era tan caluroso que se le ocurrió desnudarse de sus preciosas ropas de finas sedas, depositándolas sobre la hierba a fin de refrescarse con un buen baño. Pero curiosa coincidencia, sucedió que también por allí se encontraba paseando La Fealdad con sus ropas descoloridas y sencillas
una extraña particularidad: Todos sus habitantes eran ciegos. Pero como quiera que el contacto que estos mantenían con el mundo de la visión normal, era cada vez más raro y escaso, habían olvidado su condición de ciegos y, se habían acostumbrado a esa forma de vida con toda normalidad.
Un día se presentó ante un anciano que tenía fama de sabio, un joven con aspecto atribulado que de forma apresurada le dijo: “Maestro, estoy desesperado, me siento tan miserable que me faltan las fuerzas para emprender cualquier cosa. Me han dicho que vuestros remedios y enseñanzas son muy especiales. ”
En lo alto de la montaña, junto a una cueva entre árboles y rocas, vive un ermitaño de nombre Druá. Sus movimientos lentos y precisos y la armonía y respeto con que opera, denotan a un hombre santo, un ermitaño renunciante en plena naturaleza…
En un lejano desierto, se hallaba escondido un poblado de pequeñas construcciones entre ondulantes palmeras. A poca distancia del grupo de casas, se divisaba una cabaña que, a pesar de su sencillez, impregnaba todo su entorno de una atmósfera sagrada. Se decía que todo aquel que por allí pasaba se sentía embriagado por una inexplicable mezcla de paz y silencio que serenaba su rostro y su alma.
En la pequeña ciudad de Horn, habitada por hombres y mujeres amantes del saber, se anunció la llegada inminente de dos eruditos; dos hombres famosos en la comarca no sólo por sus palabras armoniosas sino también por sus ideas profundas y sus ecos en las almas de aquellas personas que los escuchaban. Llegó al fin el día anunciado en el que todos los ciudadanos se reunieron para asistir al comienzo de La Gran Disertación.
En un amplio patio de la casa más elevada del poblado, descansaba una sabia anciana cuyo rostro se decía que inspiraba una extraña mezcla entre misericordia y firmeza. Era conocida por el nombre de RAMALA, y de todos era sabido que sus palabras parecían brotar del manantial de la eterna sabiduría.
En la ciudad de Babilonia vivía un rico mercader que poseía tal habilidad en el arte de las transacciones que conseguía de los demás aquello que, en cada momento, más le interesaba. Sin embargo Afrasiab, que era así como se llamaba, junto al éxito y la prosperidad que acompañaban su vida, tenía dos grandes preocupaciones que desde hacía varios años torturaban su alma.
Satoor era un verdadero campeón de las Artes Marciales de su escuela, pero aún a pesar de su destreza, sabía que todavía no conocía plenamente las Artes Marciales que él en su corazón presentía. Y aunque dominaba el manejo de los músculos y sabía de la rapidez y del coraje, también intuía que carecía de algo importante, algo… que quizá tenía que ver con la conciencia despierta.Llegó el día en que decidió cambiar su vida
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